Einstein escribió esta metáfora en una carta a su hijo Eduard en 1930. Basándose en su comprensión tanto de la física como de la naturaleza humana, utiliza esta simple analogía para transmitir una profunda verdad sobre la vida y el progreso. La cita refleja su creencia de que la estancación conduce a la inestabilidad, mientras que el movimiento continuo hacia adelante -ya sea en el aprendizaje, el crecimiento personal o el descubrimiento científico- es esencial para mantener el equilibrio y el propósito en la vida. Esta percepción provino de su propia experiencia de empujar constantemente los límites tanto en su trabajo científico como en su filosofía personal.